La boca es como la de un hombre borracho. La mente es como el claro de luna en los cielos.
Debéis encontrar la oportunidad de entrar en la calle sucia para tender la mano.
Debéis convertiros en la luz de la Vía en la montaña de la ignorancia.
Debéis convertiros en barqueros en el mar de los bonnos, las pasiones.

 

Durante zazen es importante regular la respiración. Primero observar, la inspiración natural, breve; la espiración sale de debajo del ombligo y al mismo tiempo que se expulsa el aire se hace una presión contra los intestinos. La inspiración es corta, la espiración lenta, profunda, larga. Así el vientre, o hara – o kikai tanden más bien, el océano de la energía, el campo del cinabrio– se convierte en el centro de gravedad. En zazen lo estudiamos, en kinhin lo estudiamos y poco a poco también en la vida cotidiana.

El zazen tiene un efecto purificador sobre el cuerpo, pero también sobre la mente; una espiración larga permite que los pensamientos pierdan su importancia, que poco a poco se desvanezcan. De esta forma la consciencia no se queda solo ubicada sobre el yo, sino que se abre también al entorno, y finalmente no hay ni interior, ni exterior. Entonces la observación objetiva del cuerpo-mente en zazen va hacia la concentración, la unidad cuerpo-mente. Y podemos observar la concentración en el momento presente en la existencia aquí y ahora.

Continúo con los poemas del maestro Daichi. El maestro Daichi era un maestro zen japonés que nació 40 años después de la muerte de maestro Dogen. Cultivaba la poesía, y sus impresiones poéticas nos hacen conocer un poco mejor el ámbito posterior al momento de la iniciación del Soto zen en Japón de manos del maestro Dogen. Daichi empezó muy joven su vida monástica, a los 8 años. Recibió la ordenación de monje de Kangan, que había sido discípulo del maestro Dogen, después recibió la enseñanza del maestro Keizan y finalmente de Meiho Sotetsu la transmisión del Dharma.

 

El poema de hoy es la descripción de un bodhisattva.

La boca es como la de un hombre borracho. Es transmitir una enseñanza sin artificios, una enseñanza de la que hemos tenido la experiencia. Esta frase viene de las notas de Shinketsu: La mente de los sabios y los grandes maestros es como la luna blanca. Su boca es como la de un hombre borracho. La cima de su lengua es sin hueso. Hacen callar a los demás con sus palabras sin poso. No dejar huellas, ser mushotoku – sin meta, sin espíritu de provecho– no criticar, no dejar ningún sabor. Los que beben bastante son honestos, las palabras salen de su boca sin esconder nada, el subconsciente se manifiesta en sus palabras.

La mente es como el claro de luna en los cielos y su discurso es como el de un hombre borracho. Hay que realizar que practicar la Vía, ordenarse monje o monja no significa seguir la misma vida que una persona ordinaria. Recibir la ordenación de monje o de monja es como aceptar nacer de nuevo, una decisión de un momento. Aceptar abandonar los harapos de una vida condicionada por la familia, por la sociedad, por la historia. Abandonar la vida ordinaria y empezar una vida zen con el Dharma de buda. Un nuevo monje de algún modo debe ser como un recién nacido. Es lo mismo también con la transmisión del Dharma: un nuevo maestro es un maestro, pero también es un recién nacido. Ocurre igual en otras religiones o vías espirituales, una iniciación provoca el nuevo nacimiento de la persona.

Aunque seguimos la vida de familia, la vida social, la vida laboral, al mismo tiempo hemos abandonado la vida de familia, hemos abandonado las ataduras. Monje o monja somos una persona nueva, más allá de la identidad anterior. Veo mucha gente entusiasmada con recibir la ordenación de monje o monja pero que no cambia nada en su vida. No es así. Aunque vivimos en el mundo social, que es importante, somos hijos e hijas del buda.

La mente es como el claro de luna en el cielo. Luminosa, aclarando todo, sin tocar, sin atrapar.

Debéis encontrar la oportunidad de entrar en la calle sucia para tender la mano. No hay que apartarse de los fenómenos, no hay que apartarse de las pasiones, lo que no significa hundirse en las pasiones, sino estar presente y tender la mano, y constatar que existen otras pasiones, aunque puedan desarrollar mucho sufrimiento. Las pasiones no son el centro de la existencia, no son el centro del mundo.

Cuando era joven, con mi sangha que también lo era, salíamos por la noche de fiesta por los bares y las discotecas de París y siempre había un momento en que, algo borrachos, alguno de nosotros se sentaba en zazen para enseñar la postura a otros jóvenes borrachos. Era nuestra forma de tender la mano. Sin impureza, directamente. No hay que cuidar mucho las maneras, protegerse detrás de una forma. No hay que tener miedo de ir por las calles sucias. No hay que tener miedo de ayudar a atravesar el mar de las pasiones. ¿Cómo hacerlo? Si cada uno está encerado en su papel personal –su personalidad, su imagen– es muy difícil ver a los otros, comprender las dificultades de los demás. Llega un momento que hay que abandonar el personaje y ser solamente la persona sentada en zazen. Sin oficio, sin personalidad, más allá de todas las decoraciones incluso más allá de las formas. Encontrar su propio origen.

Hablé el otro día del koan del maestro Sekito Kisen. Alguien le preguntó:
—¿Cuál es la esencia del budismo?
Y él contesto:
—La nube en el cielo azul. El agua en la botella.

Cuando leí esta frase por primera vez, pude entender la imagen de la nube en el vasto cielo vacío, pero durante años no entendí lo que quiso decir Sekito Kisen con “el agua en la botella”, hasta que un día quise beber agua y no encontré un recipiente, no había botella para transportarla. En ese preciso momento entendí lo que era la botella: el vehículo, el recipiente. Si no hay recipiente no se puede transmitir el agua.

Pero la forma del recipiente no tiene mucha importancia, es solo un contenedor que permite transportar, transmitir el agua del espíritu. En ese momento podemos entender que el budismo necesita la práctica del budismo, necesita ese recipiente. Ahora hay muchas prácticas, muchos gurus que están de moda, entonces parece que el budismo zen es una oferta más; sin embargo su esencia, el agua en la botella, necesita el recipiente, a la persona, para transmitir el espíritu del Despertar. Cuando hay transmisión, podemos encontrar la oportunidad de entrar en la calle sucia, como la maravillosa flor de Loto que crece en las aguas sucias, el fango y la suciedad no le impiden su desarrollo. El bodhisattva es el recipiente, puede cambiar de forma, pero siempre transmite, transporta el agua del espíritu, el agua que viene de ‘la fuente pura’ reigen.

No olvidéis zazen no es una meditación, es otra cosa, no limitéis zazen.

Proyectarse fuera de una conciencia solamente personal, individual, ser consciente de lo que está alrededor de vosotros, sin intentar atraparlo, ser consciente del espacio infinito, sin obstáculos. Es bajar de la montaña de zazen igual que hizo Shakyamuni Buda después de alcanzar el gran Despertar. No utilizar la energía de zazen, la fuerza de zazen, la sabiduría de zazen solo para uno mismo. El cuerpo y la mente que ofrecemos a la práctica abandonan el condicionamiento de la vida corriente, y eso no se hace con la voluntad, sino a través de la practica misma y la consciencia hishiryo.

En una ocasión dos acharyas –acharya es un nombre utilizado para los monjes budistas—llamados Shin y Mio, paseaban a lo largo de un río donde unos pescadores estaban levantando una red. La red tenía algunas partes deterioradas y había pescados que volvían al río, libres. Shin dice a su amigo:
– Mira, hermano Mio, son astutos, como los monjes zen.
Mio le contesta:
– Sería mucho mejor si no los hubiera atrapado la red de los pescadores.
Shin contesta:
– Hermano Mio, todavía no has realizado la verdad.

¿Qué significa? Muchos de nosotros pensamos como Mio, que tenemos que escaparnos rápidamente de los problemas, olvidarlos. Esperamos siempre poder evitar los problemas futuros y esperamos siempre que los problemas actuales desaparezcan ya. Pero la vida no es así. A veces tenemos problemas, a veces se resuelven, a veces no nos damos cuenta que no tenemos problemas. Es mejor que en nuestra vida plantemos cara a los problemas e intentemos resolverlos, porque ahí se expresa verdaderamente la Vía que practicamos.

En una vida encontramos muchos obstáculos, complicaciones, no hay duda que es así. Esconderse o retroceder no es la respuesta, sino tener una visión correcta, especialmente de la relación entre el yo y los demás.

En sus comentarios del poema, el maestro Deshimaru decía que el alcohol, beber, emborracharse permite ver el subconsciente, conocerse uno mismo. Una vez que uno se conoce ya no necesita más alcohol. Una vez que uno se conoce se libera de muchos problemas y muchos obstáculos. El zazen puede dar la intimidad para observarse, conocerse y abandonarse.

Pero si no nos conocemos no podemos abandonarnos, estamos prisioneros prendidos en la red. Es lo que dice la segunda parte del Hannya Shingyo : Shin mu ke ge mu ke ge ko on ri issai tendo muso. No hay miedo que triunfe sobre un espíritu sin miedo. Nos podemos liberar de la red de los malos sueños, de la oscuridad y la ignorancia. Así que el maestro Daichi dice:

La boca es como la de un hombre borracho. La mente es como el claro de luna en los cielos.
Debéis encontrar la oportunidad de entrar en la calle sucia para tender la mano.
Debéis convertiros en la luz de la Vía en la montaña de la ignorancia.
Debéis convertiros en barqueros en el mar de los bonnos, las pasiones.

El maestro Shingetsu, de quien están tomadas las palabras de este poema, fue el maestro de Nyojo y condiscípulo, incluso hermano, del maestro Wanshi, autor del Zazenshin. Las palabras de un hombre borracho son como la luna en el cielo, a veces exactas, como son a veces exactas las palabras de un niño, no deformadas por las convenciones. Sin raíces, sin artificios, pero sobre todo …. sin huellas. Hay que tender las manos, no quedarse solos mirando la montaña de la ignorancia, aclarados solo por la propia luz. Hay que ser capaz de aclarar a los demás, sin artificios, con intuición. El Hannya Shingyo condensa la sabiduría intuitiva. Durante zazen: solo zazen, pero después hay que ir a lo social, a la vida cotidiana. Hay que tender la mano sin miedo, sin excitación y utilizar los medios de que disponemos.

Debéis convertiros en la luz de la Vía sobre la montaña de la ignorancia.

Esta ignorancia no es una ignorancia intelectual, no es una falta de conocimientos intelectuales, sino creer que pasiones, bonnos son los únicos centros de interés de nuestra existencia. Ignorancia aquí se opone a sabiduría, sabiduría aquí no es amontonar unos conocimientos. Sabiduría es intuición, reconocer de nuevo lo que existe desde siempre, así que debes convertiros en la Luz de la vía en la montaña de la ignorancia.

Debéis convertiros en el barquero en el mar de las pasiones.

El barquero que hace ‘atravesar hacia la otra orilla’ gyatei, gyatei, hara gyatei, hara so gyatei, bo ji So wa ka. En un poema dedicado a los Bodhisattvas, el maestro Deshimaru dice: hay que tender las manos como el Cristo, hay que ayudar a los demás, abrir las manos, abrazar. No en zazen claro, en zazen las manos están en hokkaijoin, forma con un sentido profundo, todo el cosmos se encuentra en las manos; no hay que hacer ni montaña ni valle, pero después de zazen, en el mundo social, en la vida cotidiana, hay que tender las manos. Lo expliqué ayer, nos concentramos en zazen –zazen es muy práctico porque podemos observar nuestro cuerpo– pero si nos concentramos demasiado en esta observación individual nos encerramos en nosotros mismos. Entonces hay que romper la cáscara y hay que aceptar que el maestro ayude a romper la cáscara. Esta aceptación es la más difícil; el maestro Deshimaru nos daba la imagen del huevo con el pollito dentro. En el momento antes de la eclosión, la gallina pica la cáscara desde el exterior con su pico y el pollito pica desde el interior del huevo con su minúsculo pico, los dos juntos. Si nunca salís de vuestra cáscara individual, realizar esto es muy difícil.

Entonces en zazen nos os encerréis en una observación o concentración solamente individual. No os quedéis dentro de vuestra cáscara. En la vida cotidiana, dice el maestro Deshimaru, hay que tender las manos, sin miedo, sin excitación, y utilizar los medios de que disponemos. Hay que concentrarse en la luz de la antorcha, o de la linterna que aclara la Vía en la montaña de la ignorancia, ni hay que dejar a los demás caerse. Debemos ayudar a nuestra civilización decadente, mucha gente mata el espíritu del hombre. Hay que ser el barquero en el mar de los bonnos, las pasiones, bonnos que son también ignorancia.

Don es la llegada, el flujo de los deseos, no son malos en sí mismos, a veces son necesarios. Hay que controlarlos y purificarse. Pero para controlar los deseos hay que conocerlos; para conocerlos hay que hacer zazen. No hay que ser individualista, es necesario hacer zazen no solamente para uno mismo sino para los demás; si hacéis zazen vuestra postura influye en todas las existencias, aunque a veces sea difícil creer en eso. También el maestro Dogen lo dice a menudo en el Shobogenzo, el Gyoji —el pasaje donde me he quedado en Shorin-ji— un día entero gyoji, un día entero de concentración como en la vida en el templo —es por eso por lo que insisto en que debéis de venir más a hacer samu en Shorin-ji para comprender este aspecto de zazen y acción sin individualismo— un día de gyoji se expande a través del universo. Si no lo entendéis es que todavía estáis siguiendo la montaña de la ignorancia.

A veces es difícil continuar, continuar, continuar…, hay que tener una determinación fuerte. Practicar por practicar. Los méritos de la práctica finalmente no los podemos concebir y nunca son comparables a los pequeños beneficios de la vida ordinaria.