Lo Sagrado y lo Profano

En el momento de su ascensión al trono el Emperador Taizhong de la dinastía T’ang se aposentó en el antiguo palacio. Las descuidadas dependencias de este palacio estaban anegadas de humedad y la preciosa persona del Emperador estaba permanentemente agredida por la invasión constante del viento y la niebla. Cuando los consejeros le dijeron que era necesario reconstruir el palacio, el emperador contestó:

En este momento nos hallamos en la estación de la faena agrícola. Seguramente sería una carga demasiado pesada para el pueblo. Demoremos un poco el inici. de las reparaciones. Si padecemos debido a la humedad es que no somos aceptados por la tierra. Si sufrimos a causa del viento y de la lluvia es porque no estamos en armonía con el cielo. Si nos oponemos al cielo y a la tierra no existimos. Para no hacer sufrir al pueblo yo mismo debo armonizarme con el cielo y la tierra. Si me armonizo con el cielo y la tierra mi persona no será agredida.

Después de eso vivió en el antiguo palacio sin construirlo de nuevo.

El emperador Taizhong vivió al principio del siglo VII en China. Está considerado como uno de los grandes fundadores de la dinastía T’ang (618-907). Sus palabras han sido transmitidas en el Shobogenzo Zuimonki por Dogen, maestro Zen Soto, para animar a sus discípulos a tener un comportamiento en armonía con todas las existencias. Para los monjes Zen japoneses del siglo XIII, la dinastía T’ang era un modelo porque fue durante este período cuando se desarrolló la Edad de Oro del Budismo Zen. En aquella época los templos no eran lugares de uso exclusivo para los monjes, sino también para numerosos laicos, eruditos y hombres de estado que permanecían allí para dedicarse a la práctica de Zazen. Los ejemplos de soberanos y ministros de la dinastía T’ang que seguían una práctica regular de Zazen son muy abundantes.

Es un punto fundamental de la práctica del Zen y del budismo que el mundo profano, cotidiano, no se encuentra en dualidad con el mundo espiritual o sagrado. El mundo profano es el lugar, el ‘aquí’ donde se manifiesta la no-dualidad de la práctica de la Vía.

¿Por qué esta práctica de Zazen era tan buscada por los dignatarios de los gobiernos? Porque esta práctica tiene el poder de abrir a una persona a la no-discriminación. No discriminar es la práctica del budismo. Reconocer todas las existencias es la regla fundamental de todo gobernante. El soberano chino debía ser universal en relación con todo su reino y comprender lo individual respecto de cada uno de sus súbditos. ¿Pero no es idéntico para cada persona? Cada uno de nosotros tiene una vida personal, familiar, emocional, material y cada uno pertenece también al conjunto del mundo. En cada momento la vida, que comprende la totalidad, se manifiesta. Aquí y ahora pertenecemos a las dos dimensiones: individual y universal. Cuando lo pensamos a través de la razón y bajo las emociones hay separación y el Universo no puede ser asido; vivimos como un extranjero en su propio país.

El Emperador Taizhong dice:

Si nos oponemos al cielo y la tierra no existimos.

Es necesario ir más allá del punto de vista individual para no ser influidos por la dualidad de nuestro pensamiento. ¿Pero qué es lo justo? ¿Qué es lo malo? Todo es relativo dependiendo de la historia, de las costumbres, de la educación, en resumen de la posición de nuestra existencia. Se dice que el mar es un palacio para los peces, agua para los hombres y un collar de perlas para los dioses ¿Quién tiene razón? Para ir más allá de la discriminación debemos encontrar la esencia de las cosas, una esencia que no depende de nuestras sensaciones ni nuestros recuerdos, una esencia que sea verdadera y universal.

En la enseñanza budista, el Dharma de Buda, todas las cosas existen en la no-permanencia, el cambio, y todas las cosas son impersonales, es decir que nada es nuestra posesión. Por eso se dice que el verdadero carácter de las cosas es Ku, vacuidad, sin noúmeno, sin esencia propia. Cuando practicamos Zazen nos volvemos Ku, encontramos nuestra esencia silenciosa y universal.

Lo universal es sin juicio, sin palabra, es un manantial silencioso que nos influye. Es este silencio el que contemplaban los soberanos T’ang siguiendo el ejemplo de los monjes Zen, intemporales. Contemplando el silencio el soberano encontraba de nuevo la identidad universal con su reino, que era su función de rey. Dogen transmite esta imagen a sus discípulos Zen para que la actualicen en su práctica de la Vía. Transmite el espíritu universal del rey de forma que una persona encuentre de nuevo su función universal sin dualidad entre el interior y el exterior y entre lo pequeño y lo grande.

El rey que es el rey. La esencia que es la esencia. Significa nunca más ser pobre, encontrar de nuevo el tesoro de su reino.

En el Sutra del Loto hay una parábola acerca del hijo que se ha ido a la aventura por los polvorientos caminos olvidando totalmente de dónde venía, su nombre y su casa. Un día sus viajes le conducen de nuevo a su ciudad de origen. Servidores de su padre le reconocen y cuando llega a mendigar a la puerta avisan al amo de la casa. Entonces el padre les ordena dejarle entrar en sus dependencias cuando vuelva. Luego les insta a encomendarle un pequeño trabajo. El hijo pródigo empieza a ascender en la casa y a tomar responsabilidades hasta el día en que se convierte en el intendente de su padre. Entonces éste le dice: “todo esto te pertenece, es tu casa”.

No oponerse al cielo y a la tierra, encontrar el tesoro de su reino se identifica con la práctica que permite encontrar su verdadero yo: Zazen, la postura de la montaña silenciosa, la sabiduría inmóvil.

Como la esencia de todas las cosas es Ku, un vacío insondable, no hay dualidad entre lo sagrado y lo profano. Está el tiempo de Zazen que es como una fuente pura y la sabiduría que nace de nosotros mismos y nos dirige en el mundo cotidiano, en lo profano. En la práctica de Zazen hay unas normas fundamentales: la unidad entre el cuerpo y la mente, la concentración en el instante presente y la actitud de la conciencia, que no se ata a los pensamientos que aparecen y los deja pasar. En Zazen nos volvemos Buda: hombre perfecto, despierto en el instante presente. Es el mundo sagrado, universal, sin cambio, que existe. Pero se realiza verdaderamente cuando está de nuevo en contacto con el mundo profano, ordinario, de los fenómenos de cada día.

La enseñanza del Zen se expande sobre la vida cotidiana a través de la interacción entre la fuente viva de la vacuidad y el movimiento de los fenómenos de nuestra existencia. Es esta interacción lo que hace nacer la sabiduría no-discriminativa, sin contradicción, que puede poseer todo sin tener nada. La influencia de la práctica del Budismo Zen en la vida cotidiana permite encontrar de nuevo la fuente viva de todas las existencias. Esta práctica de Zazen se vuelve hacia un mundo que busca el estado silencioso original donde incluso las palabras paz y conflicto no tienen sitio para existir.

Es realmente deseable que los soberanos de nuestro mundo, hombres políticos, banqueros, ejecutivos y reyes encuentren de nuevo la dimensión del cielo y la tierra. Que administren nuestra casa con el respeto que se debe a todas las existencias del Cosmos que permanecen juntas de instante en instante.

Un día en monje Ikyu hacía Zazen subido a las ramas de un árbol cuando un alto dignatario pasó y le dijo:

–Cuidado, podría usted caer. Está en una posición peligrosa, monje.

–Menos que la suya, ministro–respondió Ikkyu.

Bárbara Kosen